Todas las cosas que querraís que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos Mateo, 7:12
No hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti. Analectas, 15:23
Ninguno será un creyente hasta que améis de su prójimo lo que amaís de vosotros Mahoma
Este es el epítome de todo deber: no hagas a los otros lo que te causaría dolor si te lo hicieran a ti del Mahabharta
Es sabido que todas las religiones plantean objetivos con sus correspondientes recursos y programas a fin de alcanzar una vida exitosa de acuerdo a la concepción de cada religión, pero de ninguna manera, pueden garantizar que sus fieles sigan realmente los preceptos fundantes.
Todos los credos admiten que las personas aún llenas de buenas intenciones, deben luchar contra el mal, el pecado y la ignorancia. Y hay incluso quienes utilizan las religiones como armas para obtener poder e incluso perjudicar a los demás. Aún hoy, cuando estas formas de proceder son claramente etiquetadas como incorrectas por el pensamiento religioso, existen personas que, ancladas en esquemas tribales, hacen poco por modificar su conducta en función del bien común.
Las religiones son una base fértil en la cual puede germinar el mal y el abuso de poder, pero del mismo modo, pueden revelar la belleza, la virtud y la sabiduría. Sería injusto ignorar que millones de hombres y mujeres de fe, transmiten silenciosamente la verdad presente en la regla de oro y hacen de sus creencias un tributo a la vida.
Cabe preguntarse si este planteo significa que todas las religiones deberían trabajar unidas sobre una moral común a fin de traer nuevas esperanzas para el mundo. A lo mejor, las religiones pueden ofrecer respuestas de tolerancia, amor y solidaridad en donde otros propuestas han fracasado. Pero a lo mejor, esto es solo una utopía, cada religión tiene sus propios intereses: diferentes cosmovisiones y cosmogonías, diferentes concepciones de Dios, diferentes formas de concebir la salvación y la trascendencia. A veces, estas diferencias parecen irreconciliables, otras, solo variantes de una misma idea central.
¿Podrían unirse todos los creyentes basándose en el común denominador de la experiencia religiosa?
Las religiones ofrecen maneras por las cuales la gente puede ser parte de experiencias tan profunda que a menudo se las describe como de "otro mundo". Son experiencias de éxtasis, sabiduría, amor, unión con dios. La experiencia mística es difícil de describir con palabras porque parece alejada de lo mundano. Es posible que todas las experiencias místicas se correspondan con un mismo patrón cualquiera sea la religión que las origine, pero al ser la mística una vivencia claramente subjetiva, tampoco podemos afirmarlo contundentemente. Por ejemplo, puede ser que en algunos casos se enfatice la relación con el prójimo y en otros, el desapego por la realidad. La diversidad está presente también en la base de la mística porque cada religión tiene un sistema de creencias y valores que le da una estructura diferente.
Si las religiones van a esforzarse entre sí, con el objetivo de lograr el bien común, es una condición necesaria aceptar la diversidad y reconocer las diferencias. No se trata de forzar igualdades donde no las hay, sino de respetar lo diferente. El "cielo" occidental, no es equivalente al "nirvana" oriental. Porque en el "cielo", lo vincular es relevante mientras que en el "nirvana" supone una anulación del ego. Cada camino es distinto. Cada sendero tiene sus propias dificultades.
Pero más allá de la diversidad, la regla de oro es un precepto moral que transciende incluso la esfera religiosa: una obligación para todos los creyentes y los no creyentes. EN el corazón de cada religión está el sengyo o el principio de la red de pesca que el budismo zen derivó del Chuang-tse:
La red de pesca se construye para atrapar peces: deberíamos guardar un pez y olvidarnos de la red. Una trampera se utiliza para atrapar un conejo: deberíamos guardar el conejo y olvidarnos de la trampera. Las palabras se utilizan para transmitir el significado; deberíamos guardar el significado y olvidar las palabras