Pedro de Bruys, profeta aquitano, predico contra el culto a las imágenes y los abusos de la Iglesia. Fue quemado en la hoguera, pero su sucesor, Pedro Valado de Lyon, continuó con el movimiento que fue dando origen a los luego llamados “albigenses”.
En síntesis, los albigenses conformaron un movimiento considerado herético dentro de la cristiandad oficial. Se desarrolló en el siglo XIII en el sur de Francia, siendo el centro de sus ciudad principal la ciudad de Albi.
Este grupo profesaba una doctrina afin al maniqueísmo que afirmaba la maldad del mundo y la corrupción de la Iglesia. Sostenían que la Iglesia debía recuperar su sencillez primitiva, de manera tal que los sacerdotes debían abandonar sus riquezas para vivir con la sencillez de los apóstoles. También cuestionaron la autoridad papal. Cuestionaron también la esencia del dogma, negando la existencia del purgatorio, los milagros y la resurrección de la carne. Por el contrario, creyeron en la transmigración de las almas.
La orden de los dominicos recibió en el 1233 la misión de poner fin a esta herejía.