El rito tiene un poder que sin duda es conocido desde la antigüedad. El rito propicia una disposición emocional que induce a la transformación mental. Por ello, el celebrante cree que través de una actitud adecuada el rito puede liberar poderosas acciones internas, porque el rito sería un recurso que permite desencadenar consecuencias en planos sutiles. Tal idea puede advertirse, por ejemplo, en la concepción que subyace en algunas concepciones de la religión de la Antigua Grecia.
El rito puede tener un efecto específico, de mismo modo que la celebración entre sus participantes. El rito va más allá de la experiencia común y se anticipa a un cambio comunitario combinando lo lúdico y lo simbólico. El rito permite así materializar la pertenencia a la comunidad religiosa de manera tal que, compartiendo símbolos se transmite un mensaje que construye la identidad social.
En todo rito, los actores desempeña roles específicos en un ámbito en el cual se asume una negación simbólica de la realidad social.